jueves, 6 de diciembre de 2007

EL ESPACIO PÚBLICO UN PERRITO DE TODOS


Dos propósitos básicos nos movilizan en este ejercicio:
1) Llevar a cabo una serie de ejercicios de mapeo alternativo que den cuenta de las percepciones del entorno urbano.
2) Localizar deseos, sentidos y proyectos precisos de urbanidad para ser realizados.


Con los perritorios sabemos por ejemplo de la conexión posible entre el miedo y la necesidad, unas veces de compañía, otras de vigilancia, vueltas empresa, servicio, mercancía y política pública (por omisión) de seguridad, como lugares de la sensibilidad social y ciudadana, y de la conexión y camuflaje con otros comportamientos de segregación de la alteridad.
En otros términos pareciera que los monstruos imaginarios que nos acechaban cuando niños, han alcanzado un estatuto de realidad mayor en la vivencia del espacio público y en la presencia de los “in-digentes” de los “in-dígenas” y de los “in-deseables” en general, además de que nuestra defensa, la tecnología que generamos para paliar esa soledad natural e irreprochable, un muñeco de peluche o una mascota, generalmente un perro de raza pequeña por las limitaciones de espacio de una casa o apartamento, que dormía a nuestros pies o al costado, haya ganado en contundencia y posibilidades de amenaza, que su indumentaria y contextura (perros de raza grande) sean cada vez más simbolismo de fuerza y agresión; equiparándose, claro está, con la magnitud de la experiencia del afuera, siguiendo aún la directiva de paliar el miedo y la soledad reconfigurando el espacio, ahora público, pero todavía poblado como la casa de espacios vacíos, de miedos y de soledades que engendran monstruos; monstruos que son lo otro, lo desconocido, lo no deseado, el límite de nuestra razón y de nuestra comprensión.

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